Una mañana un poco nublada de febrero, la Bonchita se ocupaba de poner orden en la casa.
Porque los papás de la Bonchita todavía no terminan de entender que cada cosa tiene su lugar y se empeñan en reacomodar todo lo que la Bonchita pone en su sitio correspondiente. Por ejemplo, el destapador con imán para el refri va en la alacena junto a las cazuelas; el moño del cabello de la Bonchita va en el refri junto a la catsup y la salsa de soya; los controles de la tele van en el cajón junto a los calcetines de papá; la pelota azul va debajo del sillón, junto a las tapaderas de los refractarios; los cds de mamá debajo del tapete de la sala. ¡Tan simple! Cuestión de lógica.
Esa mañana, mientras la Bonchita buscaba un nuevo sitio para el celular de papá, y justo cuando menos lo esperaba, mamá atacó a la Bonchita a besos. La Bonchita se retuerce entre carcajadas. Mamá hace un descubrimiento sin precedentes. Se incorpora y declara: ¡El cuello de la Bonchita es un manjarcito!